Dos pajaritos
Por Alejandra G. Galli
En un lugar del mundo había una hermosa selva donde los animales convivían en armonía. Dentro de ella se alzaba una enorme cascada que terminaba en una inmensa olla. En aquel sitio se congregaban animales de todas clases, para calmar su sed o para refrescarse en las cristalinas aguas.
Cerca se veía un árbol muuuy alto ––tan alto como la cascada––, que ofrecía una vista maravillosa.
En una de las ramas vivían dos pajaritos: un pajarito y su compañera. ¡Eran aves bellísimas!, de plumaje negro azabache, pico anaranjado y ojos amarillos. Vivían muy tranquilos en su rama. Y aunque salían por alimento, pasaban ahí la mayor parte del día.
Sin embargo, el pajarito dejó de sentirse a gusto en aquella rama y le propuso a su compañera mudarse a otro lugar. Ella, en verdad muy cómoda con su vida allí, se negó rotundamente, y el pajarito no volvió a hablar del tema.
Un día, él se fue. La pajarita no se preocupó porque siempre volvía. Era normal que, de vez en cuando, los pajaritos salieran solos a fin de traer comida.
Pero sobrevino la noche y no volvió. Llegó el alba de un día, otro día, y otro día más, y el pajarito no aparecía.
Sin saber qué hacer, la pajarita salió a explorar en los alrededores; no quería alejarse demasiado de la rama. Enseguida volvía para ver si su pareja había regresado.
Fue así que, al no dar con él, decidió quedarse en la rama. Tan triste se puso, que pronto dejó de proveerse de comida.
Los días pasaban y el pajarito seguía desaparecido. La pajarita se encontraba aún más triste y con menos fuerza, ya que ni siquiera comía.
Por fin, un día el hambre fue más fuerte que su tristeza, por lo que dejó el árbol y comió hasta quedar satisfecha.
Dispuesta a volver a su rama, no la vio. Tampoco localizó el árbol. Miró hacia abajo y lo vio tirado en el suelo: unos hombres lo habían talado.
“¿Y ahora qué hago?” ––se alarmó.
Tendría que hallar un nuevo árbol, una nueva rama y, sin perder tiempo, emprendió la búsqueda de una mejor que la anterior.
Si bien probó algunas, en ninguna se sintió cómoda. En un momento, luego de volar varios kilómetros dentro de la selva, se topó con un hermoso lago color esmeralda y rodeado por enormes montañas. Era mucho más grande que la olla en la que acostumbraba bañarse.
Debido a que quedó fascinada con el paisaje, buscó un árbol en las cercanías. Vio uno muuuy alto, más alto que aquel en el que vivía antes, y decidió establecerse en una de sus ramas.
Subió, subió y subió volando, y en una de ellas distinguió al pajarito.
¡Qué gran sorpresa!
Se acercó y le preguntó qué hacía allí.
––Esperaba por ti ––respondió muy tranquilo.
––¿Cómo? ––replicó ella confundida.
––Es que ya no me sentía cómodo en ese lugar, y tú no querías dejar la rama. Así que me fui a buscar una donde estuviera más confortable. ¡Y fíjate, acá estoy!
––Pero me dejaste sola. Me puse muy triste —afirmó la pajarita apenada.
––¿No saliste a buscarme?
––Lo hice, mas no te ubiqué. Y al volver, nuestro árbol ya no estaba ahí. De ese modo llegué a este sitio.
––En realidad yo no te dejé, solo me anticipé para que tuviéramos un mejor lugar. Sabía que un día llegarías aquí.
La pajarita lo escuchó sin comprender del todo lo que decía.
––Te propongo que de ahora en más, en cuanto uno de los dos no se sienta cómodo en esta rama, volemos juntos hacia otra en donde ambos estemos a gusto ––dijo ella.
––Me parece una maravillosa idea ––manifestó él.
Los dos pajaritos se arrimaron frotando sus alas para mantenerse calentitos. El sol ya se ponía entre las montañas, y las avecillas se quedaron juntitas esperando el nuevo día.
Corregido por Hilda Lucci
